EL NIÑO DE LA ALMAZARA (O el aceite, como aroma de nuestra vida)
Junto a sus amigos, acudía a contemplar el proceso: los olivareros, muchos en Land Rover, y otros con borricos, llevaban los sacos de aceituna que echaban en la tolva; luego, los rulos, dando vueltas y más vueltas moliendo la aceituna y obteniendo esa pasta color oscuro que luego los molineros ponían en las capachetas, para su prensado. En la prensa el capacho ya rezumaba directamente el aceite, mezclado con algunas gotitas de jamila (1). Aquello para él era un mágico hechizo… y el se quedaba quieto, con los ojos muy abiertos, contemplando aquel fascinante proceso; el ruido de los rulos, el goteo del aceite, aspirando su inolvidable aroma… hasta que su padre llegaba: -“Venga Pablo, a casa.” Si, me gustaría viajar en el tiempo y volver a ser aquel niño que se sentaba junto a aquellos fuertes molineros que a fuerza de brazos, después del prensado, sacaban el orujo sólido aun caliente, que era llevado al patio, momento que los niños, siempre traviesos, aprovechábamos para tirarle plastones (2) de orujo a algún que otro molinero despistado, por supuesto desde lejos, que no tenían buenas pulgas, y si hacia frio y estaban dentro, le propinábamos una buena ración de pestugazos (3) a algún que otro borrico o mulo que había atado, aprovechando el breve rato que su dueño estaba en la oficina recogiendo el recibo de la aceituna, hasta que el dueño del pobre animal salía, momento en el que los niños nos alejábamos corriendo. Por la tarde, y sobre todo los fines de semana, era inevitable nuestro regreso. Los niños jugábamos a las bolas, a la trompa, al burro, al escondite, corríamos con bríos, como si nos fuera la vida en ello; yo me subía a los montones de orujo, y ajeno al peligro, incluso me metía hasta en la tolva… pasaba por entre los molineros, me escondía entre los depósitos de aceite, incluso en algunas ocasiones hacia de aprendiz de equilibrista entre los jamileros (4), con el consiguiente riesgo de caída… “¡Niño, fuera de ahí…se lo voy a decir a tu padre! ¡Manolo, mira tu hijo que no se está quieto!” Han pasado mas de 40 años, pero me queda el tesoro del gratísimo e imborrable recuerdo de todos aquellos momentos felices. Por eso, cada vez que por la mañana degusto mi tostada de aceite, del aceite de nuestra vida, su maravillosa fragancia me evoca los inefables aromas del pasado, y me trae a la memoria el recuerdo de mi querido y añorado padre, que, alguna vez que otra me decía… “hijo, si yo creo que en vez de mamar teta, mamaste aceite… “. Y cierro los ojos y de nuevo me veo allí, con mi padre, al lado de la prensa, con el trozo de pan en la mano, esperando que caigan las primeras gotas de aceite recién hecho.
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Periodista y catador de aceites, es PREMIO JAÉN de Periodismo 2012 de la Diputación Provincial de Jaén por la edición dedicada a Sierra Mágina, tiene el reconocimiento 100% VIRGEN EXTRA de la Denominación de Origen de Aceite de Sierra Mágina, con quien colabora habitualmente, por su labor en la difusión de la calidad de sus aceites, además de formar parte del jurado calificador de sus premios a los mejores aceites en varias ediciones.
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